Santiago Vizcaíno





Santiago Vizcaíno Armijos (Quito, Ecuador, 1982) es Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Cursa la Maestría en Estudios de la Cultura, Mención Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha sido supervisor de estilo de diario Hoy, director editorial de Superbrands Ecuador y editor de la Dirección de Publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión y de la revista Nuestro Patrimonio, del Ministerio Coordinador de Patrimonio. Textos suyos se han publicado en las revistas Letras del Ecuador, Rocinante, Ruido Blanco, Casa de las Américas (Cuba), Connotation Press (EEUU), Punto de Partida (México), entre otras. Su primer libro de poesía, Devastación en la tarde, recibió el Premio Nacional de Literatura en 2008 por parte del Ministerio de Cultura. Asimismo su libro de ensayo Decir el silencio, en torno a la poesía de Alejandra Pizarnik, que obtuvo el segundo lugar en esa categoría. Su poesía ha sido recientemente traducida al inglés por Alexis Levitin. Recibió el Segundo Premio Pichincha de Poesía 2010 por su libro En la penumbra y una mención particular en la XXVI Edición del Premio Mundial Nósside de poesía.




IMAGEN FINAL

Piensa,
como un gusano carcomido,
en la premura de la muerte:
ese infinito desmayo.

Todavía derrama
una última gota de devoción
como una mariposa blanca entre la flor.

No se atreve a mirar
el resplandor perpetuo
de los arrecifes que lo llaman.

Sueña, entonces,
con su madre
con su dios
y su canción.

Y derrama
débilmente
la cabeza.



En la penumbra

Mientras dormita,
el ligero movimiento de su ceja esconde una tortura.
Siente que su respiración se agiganta como la víbora que devora al ciervo.
Bosteza.
Toda aparente claridad se ha vuelto obtusa.
Su visión es un estertor.
A lo lejos, la angustia se reviste de una soledad muy tenue.
Tiembla.
Su corazón se descuelga de las ramas de los cipreses.
Desde arriba,
su cuerpo se ve tan vulnerable como la cola de una lagartija.

Inmóvil,
frente a un espectáculo de lunares que resplandecen,
puede distinguir la gruta del temido infierno
donde una enorme boca devora los cráneos de los bueyes.

La saliva moja su almohada:
tibia mucosidad de los perros.

Hileras e hileras de rocas
que lastiman esa oscuridad omnímoda,
ese frío intenso en el que tiritan las espinas de los cactus.

Su brazo busca un asidero como los borrachos alucinados con la luz de un faro.

No ha de despertar.
No hay hogueras para el tembloroso.

En la desolación del universo
solo hay un cuerpo que palpita.